martes, 25 de marzo de 2014

Así será

Te irás a estudiar a Córdoba, segurísima de la carrera a seguir. Lo decidirás a los catorce, al conocer el novio de tu hermana. Te quedarás maravillada con sus dibujos y su letra de molde. Soñarás con lo mismo para tu futuro.
Estudiarás arquitectura en la nacional.
Caerás a la facultad en mayo, totalmente perdida y entusiasmada, te enterarás que ese año anduvieron de paro y gracias a eso podrás cursar dos materias de primer año que todavía no comenzaron.
Te esforzarás mucho, te costará. Renegarás.
Te querrás morir de bronca cuando los profes rompan y desprecien tu trabajo. Te irás dando cuenta que haber sido la mejor alumna en el secundario no te servirá de mucho.
Entregarás el trabajo final de Arquitectura I de primer año en noviembre y esperarás buenos resultados. Te sentirás la peor cuando la profesora te llame para decirte que está todo mal, que no se arregla con corregir algunas cosas. Deberás hacer todo de nuevo y volver directamente en marzo. No te dejarán libre sólo porque no faltaste nunca y entregaste todos los trabajos.
Volverás a tu casa caminando por Nueva Córdoba con las lágrimas por el piso. Irás a la telefónica de la calle Brasil a llamar por operadora a tu mamá. Lloraras por teléfono, le dirás que querés dejar, que la cosa no va. Escucharás como tu madre te alecciona sobre cómo es la cuestión en la facultad, dudarás.
Le contarás a tu marido y volverás a llorar. Te escuchará y no te prestará mucha atención. Aprenderás para siempre que con él no te podrás hacer la víctima.
Te prepararás en el verano y muy a tu pesar tendrás que pedir ayuda. Llegará marzo. Otra vez te retarán, te harán sentir la nada misma, te pondrán un seis de lástima y te sentirás la persona más mediocre del mundo. Odiarás la mediocridad, eso sí que no lo podrás soportar.
Levantarás cabeza y comenzarás un nuevo año lectivo. La carrera te dará muchos años para repuntar. Admirarás a esa profesora y terminarán siendo casi amigas.
Empezarás a hacerte cargo de tu propia vida. Dejarás de ser adolescente.

Terminarás  siete años después, feliz y enamorada de la arquitectura. 

martes, 11 de marzo de 2014

Ella

Ella tiene un cuaderno donde anota todos sus viajes y en las últimas hojas hay dos solapas, una dice: “lugares a los que quiero ir”, y la otra, “lugares adonde quiero volver”. Y ahí estaba firme Nueva York, hace muchos años, en la solapa de lo desconocido.
Ella soñaba con conocer Nueva York. Ella ama las ciudades, las prefiere, sin dudar, a los viajes de playa. Ella quiere aprender, conocer, saber dónde está parada.
Cuando junio decía adiós con la mano y el frío se instalaba por fin en sus tierras, ella decidió partir. Su trabajo, su familia, su bolsillo y su entusiasmo le alcanzaban para pasar diez intensamente planificados  días en la gran ciudad.
A ella no le gusta el calor, pero en Nueva York y de vacaciones, lo mismo le da. Esa limitada capacidad física de trabajo intenso que mueve sus días se multiplica infinitamente cuando está de viaje. La curiosidad es su combustible interminable.
Ella camina y gira la cabeza hacia todos lados, absorbe como una esponja todo lo que ve. Ella es arquitecta y tiene una fina memoria visual, estética. Ella camina horas, se detiene y mira a la gente, el diseño de un banco, una marquesina, una puerta, un jardín. Ella no toma muchas fotos, le parece que pierde el tiempo, prefiere mirar todo con sus propios ojos y recordar.
Ella cuando viaja es feliz, nada le duele, nada le molesta, nada se extraña. Ella vuelve de sus viajes con la cabeza llena. Siente que crece, que se arriesga. Ella es organizada y estructurada, tiene un listado de lugares para conocer, de los turísticos y de los otros y los  va cumpliendo día a día. Ella planea todo sola, se mueve en subte, compra pasajes, reserva hoteles, organiza visitas. Ella se autogestiona  porque le gusta sentirse libre. A veces se pone ansiosa, sale de su zona de confort. Eso es lo que le gusta de conocer lugares nuevos, emocionarse, sorprenderse, sentirse viva.
Ella se encuentra una tarde calurosa en un parque del Soho con un coro de chicos que cantan bellísimo rodeados de gente que aplaude y se emociona. Ella se tapa la cara con las manos y llora. Se pregunta por qué está sola. Llora porque se encuentra envuelta en un momento único, irrepetible y no tiene con quien compartirlo. Llora porque reconoce la certeza de un sueño que se cumple, lo siente en su cuerpo, lo sella en su mente. Ella también sabe que hay cosas difíciles de compartir, como caminar veinte cuadras para llegar al Guggenheim, porque admira al arquitecto que diseñó el edificio. Ella se para en la vereda de enfrente y se le pone piel de gallina. Ella entra al Met y al encontrarse con un Van Gogh auténtico le tiemblan las piernas. Esas son las cosas que a ella le gustan. La trascendencia de la historia. Las huellas que deja la gente que admira.
Ella lee a Murakami y se lleva el último libro que compró. Se decepciona al entrar a la biblioteca pública y encontrase a cientos de personas leyendo de computadoras. Ella sabe que la gente lee, pero ya no tienen libros en la mano. Ella se sienta con su Murakami a la sombra en el  bellísimo parque detrás de la biblioteca y se siente feliz. Ella todavía viaja con sus libros a cuestas.
Ella se enamora de los barrios de la ciudad donde puede percibir algo de personalidad, de historia. Ella busca eso, aun en Nueva York. Ella no es especialmente admiradora de la cultura yanqui, pero envidia su comportamiento ciudadano. El estado de los espacios públicos, los museos, los parques, las calles. Ella no puede dejar de pensar en su país, tan diferente.
Ella va al ground zero, donde estaban las torres gemelas y se pregunta cómo pudo suceder algo así, ahí, en ese lugar. Ella se queda impactada pero no lo lamenta. Siempre se le dio por estar del lado de los más débiles y ellos no son, en este juego de poderes que es el mundo en el que vivimos, ni por asomo,  los más débiles.
Ella en esos diez días exprime a la ciudad y viceversa.
Ella ya está de vuelta inmersa en su rutina diaria, pero no le importa.
Ella ya está organizando su próximo viaje.


martes, 4 de marzo de 2014

Miedo

La primera vez que sucedió lo justifiqué. Era la primera noche que dormíamos en la casa nueva, con cama nueva, todo distinto. Y casi me mato. Me tiré de la cama de dormida. No me caí, me tiré, como a una pileta de natación sin agua y con el piso sin terminar. Imagínense, me raspé hasta el alma.
Si señores, soy sonámbula. Pero no una sonámbula divertida, sino una del tipo que asusta a los demás y pone en riesgo su integridad física.
Ese verano que me mudé la cosa se puso cada vez peor.
A los pocos días me volví a tirar, pero por la ventana y vale la pena aclarar que la ventana es chiquita, y que del otro lado hay una galería, pero sobre elevada como un metro y fui a parar allá abajo. Me esguincé el tobillo. Todavía tengo grabada la cara de mi marido asomado por la ventana. Totalmente desconcertado y asustado.
La tercera vez me desperté en la calle y para que no se asusten les cuento. Vivo en un pueblo pequeño en las afueras y además, donde hicimos la casa hace doce años atrás, era prácticamente campo.  Me despertó el frío que sentí, estaba con mis atuendos de dormir de verano, una remera cualquiera y en calzones… Menos mal que todavía no tenía vecinos. Me encontré ahí parada, con frio y pensando, ¿qué hago acá?
Otra noche me levanté y fui al comedor, me apoyé en la mesa y me puse a mirar el patio a través de la puerta ventana, mientras pensaba como siempre, ¿qué hago acá?, ¿estoy despierta o dormida? Y ¿qué veo? Un ratón enorme caminando por el tirante del techo de madera. Pensé que estaba soñando, pero no, al otro día mi perro lo cazó, o sea, dormida pero atenta.
El problema más grande es el señor que comparte la cama conmigo, mi marido, que no me entiende. Al principio me discutía y me retaba. ¿A quién se le ocurre discutir con una sonámbula? Me asustaba mucho porque no entendía qué pasaba. El me dice que es al revés, que yo lo asusto a él, pero convengamos, estoy en desigualdad de condiciones porque yo estoy dormida. Después de tantos años se fue acostumbrando y ahora o no me habla o trata de convencerme muy dulcemente que siga durmiendo, pero se enoja bastante.
Después de esta seguidilla de eventos la cosa no daba para más. Además de mis paseos extramuros, casi todas las noche me levantaba a “darme una vuelta” por la casa, me aparecía en la habitación de mis hijas y según su parecer “con cara de loca” les preguntaba “¿qué hacen?” como si fueran las cinco de la tarde. Así que partí de mi neuróloga, una chica joven que ya me había tratado las migrañas. Me hizo varios estudios y finalmente me planteó la posibilidad de  hacerme una polisomnografia, o sea, un estudio del sueño. Te tenés que internar, quedarte a dormir en un sanatorio como si fuera tu casa pero enchufada por todos lados. Después de muchas charlas y consideraciones llegamos a la conclusión que no daría resultado. Ella con ciertas precauciones para no ofenderme me dijo: “tenes que ir a un siquiatra, esto es un trastorno de ansiedad” Y allá fui. El tipo me explicó que mi mente no para, que no me funciona ese filtro que hace que no actuemos lo que estamos soñando, uy!, ¡qué divertido sería!, ¿se imaginan? Me medicó, pero me seguía levantando peor. Más dormida todavía, más peligroso se tornaba.
Un fin de semana largo nos fuimos a las sierras, a una casa grande con mis hermanos, éramos muchos. Nos tocó un dormitorio con cuchetas. Yo estaba en mi peor momento así que pensé, me acuesto abajo, por las dudas, para no golpearme. Y ¿qué pasó?, que pegué un salto y me partí la ceja con la cama de arriba y ¡no me desperté! Seguí durmiendo unos minutos hasta que el dolor de cabeza que sentía y algo frío y líquido que me chorreaba por la cara y se me metía dentro de la oreja me hicieron despertar. Voy al baño y me encuentro con ese panorama, toda la cara ensangrentada y yo sin saber de dónde me salía la sangre. No podía dejar de pensar que estábamos en un pueblo aislado y que si me tenían que coser, ¿qué haríamos? A los gritos como una loca desperté a todo el mundo y cuando  me vieron fue muy gracioso. Hasta que encontramos el corte y no era para tanto, pero…
Así fue que empecé yoga y técnicas de respiración. Hoy estoy mejor. Me levanto, le digo algo a mi marido, generalmente en un tono enojada o con miedo y después de pensar unos segundos, me voy dando cuenta que no estoy despierta. Leve. Los mediodías la pregunta de rutina es: ¿anoche me levanté, no? Y todos nos reímos de la situación.
Fantaseo con poner una camarita en mi dormitorio, como en la película “Actividad paranormal”, pero no me animo. Tengo miedo que al mirar los videos, además de ver todas mis locuras nocturnas, aparezca algo raro, y ahí sí que no duermo nunca más….