viernes, 25 de abril de 2014

Agua

El agua que es vida, que transforma una semilla de la quinta en un tomate con sabor a tomate, en unas chauchas para mi tarta con atún. El agua que es vida, que sana mis riñones, enfermos por herencia, que lava heridas, que limpia culpas, el agua que es bendita. El agua que bautiza, que sella, el agua del ritual. El agua que cae en la cabecita del bebé recién nacido sostenido por manos enormes de padre, enjabonado por manos expertas de madre. En el baño de la casa vieja, encerrados los siete, siendo parte. La familia definitiva, el vapor del invierno. La adoración al niño recién nacido, ya sin cordón umbilical. El agua que cocina mi comida, que limpia mi casa, que riega mis plantas. El agua que limpia los cuerpos, que lava mi cabello, largo, enredado, mientras siento las manos de mi madre, movedizas por toda mi cabeza, hurgando en mis orejas, en mi cuello, con sus uñas largas y su presencia ocasional.
El agua que es muerte, que destruye, que arrasa con todo, que ahoga, arrastra, traga como un monstruo hambriento todo lo que se cruza a su paso. El agua que es llanto. El agua que falta y el agua que sobra. El agua que hierve, que quema. El agua que es nieve, que es hielo.
El agua del río que refresca, que acompaña en vacaciones. Del río de mi infancia, el agua que divierte, que entretiene. Que crece junto a la sirena de aviso, que da miedo, ese río amigable y enojado al mismo tiempo. Que se lleva la playita y las carpas y nos da a cambio un camino de agua entre las piedras para llegar en gomón y a los gritos de la casa al balneario, medio de transporte imaginario. El agua de la pileta de casa, la novedad, compañía junto al mate recién descubierto de tardes adolescentes. El agua que recibe nuestros cuerpos y nos llena de placer en una tarde de verano.
El agua que contemplamos embelesados, de lago, de río, de cascada, de mar, el agua infinita. Y la fascinación del ser humano ante el agua, que funda ciudades, construye casas, inventa historias, convoca a turistas, atrae como un imán. El agua de lluvia que espero, que me encanta. La lluvia en el patio de la escuela que me llama a mojarme, a reírme con Mariana. A volver a casa empapada, en guardapolvo cantando “hoy te esperé bajo la lluvia dos horas, mil horas, como un perro” y la cara de mi madre, que se sorprende al verme, no por estar mojada, sino por la letra de la canción.
El agua que corre y el agua estancada, el agua transparente y el agua que oculta.

El agua, como la vida misma.

lunes, 14 de abril de 2014

Amigas

Ayer me crucé con Ale en una calle de mi pueblo. Una sorpresa a medias, me había escrito por face que estaría por aquí lunes y martes y que me avisaba para vernos. Pero siendo día de semana, ya me había olvidado. Quedamos en tomar un café a la siesta, en la casa de su mamá, que ahora vive en un departamento, cuarto piso, acá en el pueblo, cómo cambiaron los tiempos. “La casa de la Ale” siempre será la otra.
Cuando llego veo arriba de la mesa muchas fotos, impresas. Ya nadie imprime las fotos, una lástima. Me pongo a verlas y con sorpresa me detengo en una: Ale está tomando sol, con una capellina, en la playa, fue este verano, me cuenta, en Uruguay y yo  miro con alegría, casi con emoción, tiene puesto el colgante pero no digo nada, yo también lo tengo puesto y lo toco y en ese acto, se cuanto significa para mi.
Hace un año y pico nos llegaron los cuarenta. Tenían que llegar y llegaron. Nos encontraron a cada una de diferente manera, como viene la vida, como va sucediendo. Alguna sola, otra con todas las pilas, otra con ganas de festejar, otra bajoneada, todas con niños, pequeños, medianos y grandes.
La primera fue Mariana. Del cumple de Mariana al de Ale, que es la más chica, pasa casi un año. Siempre el mismo chiste. Las 71' y las 72'. Las más viejitas y las más jóvenes. Entonces se planteó el tema del regalo. Las chicas que viven en Córdoba dijeron de comprar para todas los mismo, un gesto tan dulce como adolescente. Propusieron un “muranito”. Un dije de cristal de Murano, chiquito, redondo, rojo. Así somos  las cinco, nada de ostentación ni de lujos. Hubo consenso de inmediato.
A mí me lo dieron en mi fiesta de cuarenta. Y cual niña pequeña, al recibirlo, hice cara de sorpresa, aún sabiendo lo que era. Yo hice fiesta, los cuarenta me llegaron con una gran movida interna, con búsquedas, con alegría y con mi muranito. Decidí festejar la vida, mi vida y ahí estaban ellas, como siempre.
Después se lo dimos a Mari, a Kari y finalmente a Ale. Las vueltas del país y de la economía no permitieron conseguirlos todos iguales, pero casi, qué importa. Dicen que ya no se consiguen.
Lo uso siempre, me combina con todo, esa es mi excusa. Creo que en realidad las que combinan con mi todo son ellas, mis amigas. Lo toco todo el tiempo, como una costumbre mientras pienso en Mariana, Maricel, Karina y Alejandra. Ellas saben que las extraño, las necesito, y que están siempre cerca de mi corazón en mi muranito rojo.

Las quiero mucho amigas!!!

Kari, Nat, Mari, Marian y Ale

domingo, 6 de abril de 2014

Lo mío

Los días como hoy y los domingos a la noche tanto quisiera ser como vos, como otros, como muchos. Sin implicar el hecho de cambiar. Solo ser. Haber nacido diferente, porque cambiar es tarea imposible, lo sé. Hace años que lo intento sin lograrlo. Sólo ser. Ser positiva, optimista, colgada, conformista. Que no todo sea de vida o muerte, que algo, mínimamente, me de lo mismo. Los zapatos que me pongo, la comida que como, en la esquina que doblo, algo. Pero no. No me gusta el verano, ni meterme a la pileta, ni al río ni al mar. Comer choripanes o hacer pic nics debajo de los árboles rodeada de moscas, o viento o tierra. No, no es lo mío. No me gusta el Caribe ni el all inclusive. Me aburro, me ahogo, no sé dónde estoy. Y no me da lo mismo. Pensar que todo, siempre, va a estar bien, imposible para mí. Buscar conclusiones a la vida, a la gente, eso sí. Que me gusten los pepinos y el zapallito relleno, eso no. Yo como brócoli, berenjenas y alcauciles. Lo mío es la quietud, lo interior, mirar el mar desde la orilla leyendo un libro. Lo mío es lo que repta por debajo. Lo que cuesta, la voluntad, la melancolía, la tristeza inexplicable. Las noches oscuras, densas. Los días de llovizna. Lo mío es lo que habita adentro, del cuerpo, de la casa, de la cama. Bañarme con agua caliente. Tomar café. Ojalá me gustara el mate a toda hora y el asado. Pero no. Necesito un escudo para la desilusión. Ojalá fuera como vos.
Lo mío es la curiosidad, la constancia. Ojalá todo me diera lo mismo. El final del libro, de la película. Ojalá fuera como vos, que te dormís cuando faltan diez minutos para que termine la historia y no te importa, no te intriga. Te da lo mismo. Lo único que te importa es tu sueño. Pero yo no. No puedo. La curiosidad me mata. Necesito saber. Todo. El máximo de las posibilidades. Lo mío es la ansiedad y el ansia. Ojalá supiera de medicina, de impresoras, de cerraduras. Así no dependería de nadie. Porque lo mío es no depender. Arreglármelas sola. Hacer todo a mi manera. Manejar la situación. Los tiempos. Trabajar sola. Para no negociar nada con nadie. No dar explicaciones repetitivas. Lo mío es no perder el tiempo. Ni el tiempo ni nada. No perder nada.
Lo mío no es diciembre, ni las fiestas, ni los sociales, ni los festejos de días comerciales. Ni eneros ni febreros. Lo mío es octubre, abril quizás. Abril con llovizna, eso es lo mío. Lo mío es usar zapatos cerrados, no mostrar los dedos de los pies, ni la tira del corpiño. Combinar toda la ropa, sin colores fuertes ni rayados con flores. Lo mío es el perfil bajo, no llamar la atención, pasar desapercibida. Mirar el pronóstico dos veces por día, amargarme si vendrán días de calor, alegrarme con días de lluvia. Mirar el almanaque y organizar viajes para los fines de semana largos. Porque lo mío es irme, siempre irme. Saber cuántos seremos para comer, evitar las sorpresas. Limitar el ingreso de personas a mi mundo. Ojalá fuera como otros, donde comen tres comen diez y todos somos amigos. Ojalá, pero no. No saber qué haré mañana. No. Lo mío son las agendas, las anotaciones del día, de la semana, del mes. Las listas. Las tareas. Las reglas. Y cumplir, siempre cumplir. Porque si te digo “me olvidé” te estoy mintiendo, porque jamás me olvido de algo, porque mi memoria es mi tortura, porque todavía recuerdo la fecha de cumpleaños de compañeros de primaria que hace años no veo. Ojalá anduviera por la vida más liviana, con menos recuerdos. Pero no. Olvidar no es lo mío.
Lo mío es ser yo y no claudicar en el intento.
Ser yo y contradecirme.
Lo mío es la honestidad, lo que es y no puede dejar de ser.
Lo que soy y siempre seré.