lunes, 8 de junio de 2015

OBSERVACIONES CLINICAS


La clínica tiene una salita de espera justo enfrente de la habitación n°4. La salita es como un pupo arquitectónico, un cuadrado que sobresale para afuera y no molesta el normal funcionamiento del pasillo. Tiene un ventanal que da a un patio de luz por donde entra muy poca luz y cuatro sillones horribles e incómodos. Pero me permiten sentarme a leer mi Murakami sin alejarme de la habitación, tengo que hacer guardia, no vaya a ser cosa que justo llegue el médico y yo no esté y después no sepamos qué pasa. Porque nunca sabemos qué pasa y porque los médicos son “escurridizos”. Los entiendo, yo hago lo mismo con mis clientes, voy a la obra cuando sé que ellos no están, hasta me aprendo sus horarios de trabajo para evitarlos. Eso me permite hablar con el albañil y listo. Aunque sepa que en algún momento nos tendremos que encontrar. Pero no cambiemos de tema. Ser médico no es lo mismo que ser arquitecto. Una vida vale más que una casa.
En la clínica hay pocos momentos de silencio. La mañana temprano, la siesta, la madrugada. Aunque se escuche el constante chancleteo de las enfermeras. Porque las enfermeras chancletean desde que se pusieron de moda esos suecos plásticos espantosos y mugrientos que ellas usan en blanco combinados con medias de colores inverosímiles.
Hoy a la mañana mientras disfrutaba de uno de esos momentos de paz, leía mi Murakami y relojeaba la puerta n°4, de pronto se llenó el pasillo de gente, una familia entera, enorme, unas quince personas de todas las edades. Me asomo y entiendo, al final del pasillo está el quirófano. Los tengo a unos pocos metros, ellos también hacen guardia frente a otra puerta, no la veo, será la n° 5? Porque misteriosamente y sin lógica la de al lado de la n°4 tiene una letra A. Los escucho hablar. Son siete hermanos, la enfermera se encarga de hacer las preguntas de rigor. Preguntas personales, obvio. Son de otro pueblo, eso justifica por qué llegaron en grupo (aunque yo también soy de otro pueblo y estoy sola). Operaron al padre de los siete de una hernia, están esperando que se termine de despertar para verlo. Quedó más familia en el pueblo porque un par hablan por celular y dan las buenas nuevas. Todo salió bien. Yo sigo con mi libro. Por mi puerta no hay novedades y para la familia numerosa tampoco. Hasta que entra en escena otro actor (o actriz) de las clínicas, la que limpia. La escucho que les dice claro y en voz alta: qué hacen todos ustedes acá, tengo que limpiar el pasillo. Vayan a la salita de espera. “Mi” salita de espera. Enseguida se escucha el carro de la limpieza, palos, trapos, baldes. Olor a clínica, tapemos todo con olor, hagamos como que limpiamos. Vienen todos en tropel hacia los sillones y se encuentran conmigo, sentadita, libro en mano. Me atraviesan cuatro o cinco, se acomodan en los tres sillones restantes, niños a upa, dos por sillón, los demás sobre el pasillo. Me rodean, conversan, mandan a uno a cambiar la tarjeta del estacionamiento y me miran con intención que me vaya, estoy de más. Ellos me miran a mí y yo miro el libro, trato de entender por qué Kitaru manda a su mejor amigo Tanimura a declararse a su novia Erika. Parece que quiere ponerla a prueba, desconfía de ella. Hasta que los salva la campana. Pego un salto. De pronto pasa el muchacho cardiólogo, cuando lo veo me pregunto: en qué momento de su vida estudió y viajó a tantos congresos este chico? (los vi colgados en su consultorio en otra oportunidad). Aparece de jean, camisa, barbudo. Pero el tipo es cardiólogo y punto. Me saluda con un beso, tiene aliento a café. Lo atajo para que me informe algo. Como ya expliqué antes, es escurridizo y anda a las corridas. Trato de retener lo que me dice. Y listo, el que se fue a Sevilla perdió su silla. La familia terminó de ocupar toda la salita. A la noche se irán y yo seguiré acá y volveré con mi Murakami.
A la tardecita logro ocupar de nuevo mi lugar, mi silloncito. Y escucho que hablan pero del otro lado del pasillo. Es la parte de los consultorios. Tampoco los veo, los imagino, son una señora y un señor que obviamente no se conocen pero se cuentan todos sus males físicos. Nunca lo entenderé. Esa necesidad de compartir cosas personales con desconocidos en clínicas, aeropuertos y ascensores. Habrá otros lugares más, estos tres, comprobados por mí. La señora cuenta: el cuerpo te pasa factura, cuando te toca, te toca, doce años cuidando enfermos, mis padres, mi marido, mi suegra. Zafé entre los palos de cáncer de tiroides (yo también y no se lo cuento a nadie), me sacaron todo, tenía tres nódulos (yo tenía siete y no se lo cuento a nadie). Ahora me operaron de hernia en las cervicales, tres meses con cuello ortopédico, pero no de esos blanditos, no, el de plástico duro. No me lo podía sacar ni para dormir, ni para bañarme. Y cuando dijo eso, automáticamente me la imaginé acostada, desnuda, por hacer el amor con el marido, supongamos, con el cuello ortopédico puesto. Es muy común en mí cuando estoy con amigos, una pareja, por ejemplo, imaginármelos teniendo sexo. No sé porque. Algunos me los imagino fácil y otros no puedo, en esos casos pienso que no tienen relaciones, que andan mal. Como si mi imaginación manejara la vida sexual de las personas. En este caso me tuve que imaginar no sólo la situación sino la cara de la señora, la cual nunca vi. Estaba contenta porque la había operado el Dr. Olivero, un neurocirujano muy de moda por estos lares, eso lo sé porque también lo hemos frecuentado.
Pero volvamos a lo mío. Me asomo a la habitación n°4, mi papá duerme y espera. Paciente, como buen paciente. Me escucha entrar, se da vuelta, me mira. Quiere saber si hay novedades, cuándo nos vamos, qué hora es. Me pregunta a cada rato qué hora es. Mi papá, que hace años está enfermo de enfermedades de todo tipo, de las más raras y complicadas. El sobreviviente, el que debería estar muerto, como me dijo un médico amigo cuando llorando le planteé que tenía miedo que muriera pronto. Agradecé que está vivo, me repitió varias veces. El papá que nos crió sin palabras y con ejemplos, que no se queja, no demanda ni manda. Agradece y espera. Yo agradezco y temo.
Cenamos tempranísimo (me dan de comer en la clínica) y la noche pinta eterna. Como adentro no hay señal voy hasta la vereda a dar el parte médico al resto de la familia  que espera a más de 100 kms.  Estamos en junio y todavía no hizo frío. Mañana viaja Benjamín, me avisan. Es mi relevo. Pero para mañana falta un siglo, mirar las novelas que le gustan a mi papá a un volumen imposible para mis oídos jóvenes, las rondas de enfermeros y que la mamá jovencita que pasó para la sala de parto en silla de ruedas tenga su bebé y exista una vida más sobre la tierra.
Entonces, me instalo en el silloncito, necesito saber qué va a pasar entre Tanimura y Erika, si finalmente se dirán todo lo que se tienen que decir o simplemente no pasará nada, como en todos los libros de Murakami.




jueves, 28 de mayo de 2015

Palabras

Escribo para que sepas quién soy.
Escribo para que salgan las miles de piedritas que pesan en mi corazón.
Escribo porque leo.
Escribo porque amo las palabras, las admiro, las envidio porque dicen lo que yo no puedo.
Escribo desde niña, contando mi vida día a día, para recordar.
Escribo desde adolescente contando sueños, amores, proyectos, fantasías, esperas.
Escribo desde adulta contando mis viajes, mis niñas, mi amor, mis dolores, mis penas.
Escribo para entender, para aprender, para ser, para existir y no desaparecer.
Escribo porque sino moriría.

Sin vos moriría.

PRE ADOLESCENCIA



ADOLESCENCIA 100%













HOY

martes, 31 de marzo de 2015

CREDO


Creo en lo que veo, en la materia, en la genética, en la piel.
Creo en el universo, en la naturaleza.
Creo en la sabiduría, en los que saben, en los que enseñan, en los que aprenden.
Creo en los que suman. En los que multiplican.
Creo en las personas, en los amigos, en la familia.
Creo en los compañeros, en las compañías. Creo en las buenas intenciones.
Creo en lo que leo, en lo que escucho.
Creo en lo que escribo.
Creo en las letras. Creo en el trabajo. En la libertad.
Creo en mis manos, en mis pies, en mis sentidos.
Creo en un ladrillo sobre otro. En cuatro paredes y un techo.
Creo en lo que veo.
Creo en tu cuerpo. Creo en los compromisos, en los que se comprometen.
Creo en el respeto, en la responsabilidad. Creo en la puntualidad.
Creo en la voluntad.
Creo en el amor que todo lo cura, que todo lo puede. Creo en la verdad.
Lanzo mi deseo al universo y espero.
Lanzo mi deseo al universo y acepto.

Lanzo mi deseo al universo y creo en mí.