domingo, 22 de junio de 2014

esa siesta

Está terminando noviembre y hace mucho calor. Hay un solazo de esos que parece hacer brillar todas las cosas, cuando recién nos estamos acostumbrando al comienzo del verano.
En el cole estos últimos días hicimos poco y nada, se habló mucho de política. Un mes atrás fueron las elecciones, votaron para presidente después de muchos años, y aunque no ganó el candidato que les  gustaba a mis padres, todos salimos a festejar igual. Ellos están muy contentos.
Hoy es mi último día de clases de sexto grado. La señorita Martha nos dijo ayer que no tendríamos clases normales. Que nos reuniríamos en el aula un ratito para hablar de un tema importante y que después nos iríamos a tomar un helado a la plaza.
Voy a la escuela a la tarde, a la siesta y hace calor, mucho. Encima uso guardapolvo blanco, lleno de tablitas y cuello alto. Qué calor me da. Le digo a Olga, la señora que me cuida, que no me abroche hasta el último botón cerca de la nuca, siento que me ahogo, pero no me hace caso, dice que queda mal.
Este año nos tocó un aula de arriba porque somos grandes. Son las más lindas, desde ahí se puede ver todo el patio. Ya en el aula, la seño nos habla del tema importante. Nos dice quiénes fueron elegidos abanderado y escoltas para el año que viene. Mariana, mi mejor amiga y Mariela son las escoltas y yo, la abanderada. Nos comunica que tendremos que participar del acto de asunción del nuevo intendente que será en pocos días. Qué orgullo. Me siento feliz, importante. No puedo demostrar mucho, no da. Siempre me gustó estudiar, me va muy bien, no todos lo entienden.
Lo primero que pienso es en correr a casa a contarle a mi mamá. Son las tres de la tarde.  ¿Qué estará haciendo a esta hora? Nunca estoy en casa a la siesta. Pienso que todavía tengo que ir a tomar el helado y ya no me interesa, quiero llegar rápido para contarle.
Vamos a la plaza con los chicos y apenas puedo escaparme me voy con Mariana caminando, como siempre;  son cuatro cuadras. Quedamos que me acompaña y después, a jugar a su casa, estamos contentas. Hoy salimos temprano y empiezan las vacaciones, ella es escolta y yo, abanderada.
La casa está en silencio, oscura, a mi mamá le gusta oscurecer en verano, dice que se siente más fresco. Adelante no hay nadie, entro a su dormitorio y ella duerme, está de espaldas a la puerta, ¿mi papá ya se habrá ido al campo? ¿mis hermanos estarán en gimnasia?. Le toco el hombro, la llamo, “mami, mami”. Ella se da vuelta sorprendida, de verme ahí parada, con cara de felicidad. “Tengo algo para contarte, me eligieron abanderada”. Pone cara de molesta y me dice “ya lo sabía”, se da vuelta y sigue durmiendo.
Y aca me quedo, paradita, sola, tan sola, esperando, siempre esperando. Que me digan algo, que se pongan contentos, que me quieran, que me registren. Pero nada. ¿Y ahora qué hago con esto que siento?, ¿con quién lo comparto si solo tengo once años?, ¿quien se pondrá contento por mí? ¿Qué hago con esta soledad que me invade siempre?

En esta casa donde mis hermanos pelean, mis padres no están nunca y Olga hace lo que puede. Sí, ella me da su cariño, me hace la leche cuando vuelvo de la escuela, me acompaña a los cumples de mis amigas, me plancha las tablas del guardapolvos, pero Olga no es mi mamá, ella  tiene sus hijos y yo, cuánto los envidio.

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