Está terminando noviembre y
hace mucho calor. Hay un solazo de esos que parece hacer brillar todas las
cosas, cuando recién nos estamos acostumbrando al comienzo del verano.
En el cole estos últimos días hicimos
poco y nada, se habló mucho de política. Un mes atrás fueron las elecciones,
votaron para presidente después de muchos años, y aunque no ganó el candidato
que les gustaba a mis padres, todos
salimos a festejar igual. Ellos están muy contentos.
Hoy es mi último día de clases
de sexto grado. La señorita Martha nos dijo ayer que no tendríamos clases
normales. Que nos reuniríamos en el aula un ratito para hablar de un tema
importante y que después nos iríamos a tomar un helado a la plaza.
Voy a la escuela a la tarde, a
la siesta y hace calor, mucho. Encima uso guardapolvo blanco, lleno de tablitas
y cuello alto. Qué calor me da. Le digo a Olga, la señora que me cuida, que no
me abroche hasta el último botón cerca de la nuca, siento que me ahogo, pero no
me hace caso, dice que queda mal.
Este año nos tocó un aula de
arriba porque somos grandes. Son las más lindas, desde ahí se puede ver todo el
patio. Ya en el aula, la seño nos habla del tema importante. Nos dice quiénes
fueron elegidos abanderado y escoltas para el año que viene. Mariana, mi mejor amiga
y Mariela son las escoltas y yo, la abanderada. Nos comunica que tendremos que
participar del acto de asunción del nuevo intendente que será en pocos días.
Qué orgullo. Me siento feliz, importante. No puedo demostrar mucho, no da.
Siempre me gustó estudiar, me va muy bien, no todos lo entienden.
Lo primero que pienso es en
correr a casa a contarle a mi mamá. Son las tres de la tarde. ¿Qué estará haciendo a esta hora? Nunca estoy
en casa a la siesta. Pienso que todavía tengo que ir a tomar el helado y ya no
me interesa, quiero llegar rápido para contarle.
Vamos a la plaza con los chicos
y apenas puedo escaparme me voy con Mariana caminando, como siempre; son cuatro cuadras. Quedamos que me acompaña y
después, a jugar a su casa, estamos contentas. Hoy salimos temprano y empiezan
las vacaciones, ella es escolta y yo, abanderada.
La casa está en silencio,
oscura, a mi mamá le gusta oscurecer en verano, dice que se siente más fresco.
Adelante no hay nadie, entro a su dormitorio y ella duerme, está de espaldas a
la puerta, ¿mi papá ya se habrá ido al campo? ¿mis hermanos estarán en
gimnasia?. Le toco el hombro, la llamo, “mami, mami”. Ella se da vuelta
sorprendida, de verme ahí parada, con cara de felicidad. “Tengo algo para
contarte, me eligieron abanderada”. Pone cara de molesta y me dice “ya lo
sabía”, se da vuelta y sigue durmiendo.
Y aca me quedo, paradita, sola,
tan sola, esperando, siempre esperando. Que me digan algo, que se pongan
contentos, que me quieran, que me registren. Pero nada. ¿Y ahora qué hago con
esto que siento?, ¿con quién lo comparto si solo tengo once años?, ¿quien se
pondrá contento por mí? ¿Qué hago con esta soledad que me invade siempre?
En esta casa donde mis hermanos
pelean, mis padres no están nunca y Olga hace lo que puede. Sí, ella me da su
cariño, me hace la leche cuando vuelvo de la escuela, me acompaña a los cumples
de mis amigas, me plancha las tablas del guardapolvos, pero Olga no es mi mamá,
ella tiene sus hijos y yo, cuánto los
envidio.
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